El pesebre, el arbolito, los villancicos, el nacimiento del niño Dios, el solsticio, papá Noel, Santa Claus, los regalos, la celebración de la Navidad antes de que naciera Jesús, comer cosas de invierno cuando aquí hace tanto calor...
En fin, crecí con todo este tipo de información, todo mezclado, sin saber
el significado de cada cosa ni el por qué. Pero ahora me cabe una gran
responsabilidad, ya que una Maestra debe explicar y llevar luz esclarecedora,
que despeje la confusión.
Internet abunda en este tema. Yo sólo me ocuparé de dos aspectos:
La Navidad, empezó a celebrarse con el Solsticio del 21 de diciembre y
era el acontecimiento social principal, en la antigüedad, miles de años atrás, que
llegaba a su apogeo el 25 de diciembre.
Se festejaba que se iba el invierno y llegaba la primavera, con el
renacer de la naturaleza y la promesa de grandes cosechas.
No hay referencia histórica ni bíblica sobre la fecha exacta del
nacimiento de Jesús pero el Papa Julio 1 fijó para la iglesia de oriente la
solemnidad de navidad, el 25 de diciembre, como el nacimiento del Redentor.
Tomó esta fecha porque, en el calendario juliano,
que usábamos antes, el solsticio de invierno ocurría en ese día, siendo festejado
por muchos pueblos del Hemisferio Norte, como un nuevo renacer del ciclo de la
vida.
De allí, se conserva hasta hoy, la celebración navideña como día del
nacimiento de Jesús. Lo honramos, lo festejamos con mucha alegría, con regocijo
por la llegada de un ser tan evolucionado a un mundo tan necesitado de
iluminación y de redención.
Son días para recordar para qué vino el Cristo y ver si lo estamos
siguiendo realmente.
¿Decimos sólo la verdad? ¿Es bueno nuestro obrar? ¿Nos brindamos al
prójimo en amor? ¿Damos el ejemplo de lo que predicó el Cristo?
Veamos hasta qué punto hemos evolucionado en conciencia, de qué modo
hemos vivido y preparémonos para el año siguiente.
El nacimiento de Jesús es un símbolo del nacimiento del hombre a la vida
espiritual. Imitémoslo, siguiéndolo de verdad, con acciones, no con meras
palabras. Eso es lo más grande que podemos hacer en su nombre. Superemos el
viejo estado de conciencia de regalar cosas, comer y beber en exceso. Navidad
es mucho más que eso.
En estos días, como todos centramos la atención en Jesús, estamos más
receptivos y armoniosos y los ángeles pueden focalizar su luz con mayor
intensidad.
Yo deseo para todas las personas, que mucha luz, armonía y amor emanen de
nuestros seres. Que la navidad no sea de excesos e indulgencias. Tampoco de los
violentos estruendos, que nada tienen que ver con una celebración tan íntima y
jubilosa.
Prepararemos con amor nuestra mesa
de Navidad, con lo justo y necesario. ¡Regalemos nuestro amor, paz y alegría!
Que la buena voluntad y el amor regresen a la tierra.
A medianoche, para unificarnos, elevemos nuestro corazón y pensamiento,
diciendo aunque sea mentalmente:
Gloria a Dios en
las alturas y en la tierra paz, luz y amor a todos los hombres.
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